El centro La Molinera y El Corregidor, en Arcos, acogió la presentación de este estudio sobre el galanteo y los rituales en torno al mecerse · El título forma parte de la colección Cádiz y la música.
Sin dominio, ni en el cielo ni en la tierra. Colgando en la nada, como los ahorcados. Así está quien se columpia. Mecerse en el aire es un acto de inversión: "Se subvierte el orden cotidiano -apunta la profesora María Jesús Ruiz-; los pies están en el aire; la mujer puede decir cosas prohibidas, puede tomar la iniciativa en el cortejo, el hombre la puede tocar... Son gestos transgresores de la cotidianidad".
Por eso, los momentos asociados al columpio son momentos de transición -Carnaval e inicio de primavera-. Y por eso, también, se censuran: "A partir de la Guerra Civil -apunta Ruiz- llega a prohibirse hacer columpios en esa época por considerarse rito carnavalesco".
La profesora de la UCA presentó ayer en Arcos, junto a José Manuel Fraile y Susana Weich-Shahak, el libro Al vaivén del columpio. Editado por el Servicio de Publicaciones de Diputación y la UCA, el estudio pretende acercarse al uso del columpio como elemento del cortejo amoroso, recopilando los últimos testimonios orales de quienes conocieron esta costumbre. Para la elaboración de este libro -que se acompaña de un CD con coplas y retahílas- se han realizado encuestas en Grazalema, Benamahoma, Villaluenga, Benaocaz y Arcos. El estudio cubre también referencias históricas y literarias; la tradición del columpio en zonas del norte y occidente peninsular y también entre las comunidades sefarditas de Marruecos (la matexa).
"El columpio fue siempre un rito adulto -explica María Jesús Ruiz-. Una fiesta de carácter galante, una ocasión en la que unos y otros entablaban relaciones y comenzaban el noviazgo".
Así, como elemento de cortejo, el columpio se mantuvo hasta la Guerra Civil y fue desapareciendo en las décadas posteriores. "Una desaparición -subraya la filóloga- que tiene que ver con el memoricidio general al que se sometieron muchas tradiciones durante la dictadura, algo que constituye uno de los grandes crímenes del Franquismo... Con el paso del tiempo, el rito se fue refugiando en el mundo infantil, que es donde ha pervivido más tiempo, con otros textos y coplas distintas".
En Andalucía, sin embargo, se siguieron haciendo columpios hasta mediados del XX. "Los había urbanos y campesinos -explica Ruiz-. La gente del pueblo los hacía en el campo, normalmente en primavera (la estación del amor). En las ciudades se montaban en calles y en patios. Palacio Valdés cuenta que era costumbre en Cádiz hacer columpios durante el Carnaval".
Carnaval y primavera aglutinan, de hecho, el repertorio de ritos asociados al mecerse. En ambas fechas, por distintos motivos, se produce una alteración del orden natural. "Y ambas rozan las fronteras de la Cuaresma -prosigue la estudiosa- . Algo que remite a la estacionalidad del año agrícola que alterna, también, periodos de espiritualidad y carnalidad, de barbecho y eclosión. Los columpios empezaban a mediados de enero, cuando termina la Navidad y comienza el prólogo del Carnaval, y duraban hasta el Miércoles de Ceniza, con el inicio de la Cuaresma. En Andalucía Oriental, los columpios se realizaban el Domingo de Resurrección, que marcaba el punto de nacimiento y liberación del anterior periodo de ayuno, prolongándose hasta la primavera y principios del verano".
Aunque columpio y cortejo no eran elementos únicos de Andalucía, en el sur permaneció muy vivo como rito de galanteo. "Y era muy parecido, idéntico, a la matexa sefardí, como explica Susana Weich. Conservan la misma ritualidad: la mujer se exhibe y se intercambia coplas con el amado", dice Ruiz.
El origen de toda esta simbología es, como suele suceder, incierto. Rodrigo Caro, un erudito del XVII, remonta el rito del columpio a la mitología griega, cuando Erígones se suicidó colgada de un árbol al morir su padre. Las doncellas atenienses, para buscar su cuerpo, decidieron columpiarse.
"En este sentido, el columpio constituye un antiguo rito de ascensión: se colocaba en Difuntos, para buscar a los muertos por el cielo -comenta Ruiz-. En Ubrique, hace 40 ó 50 años, las mujeres más ancianas recuerdan que hacían farolillos para el Día de Difuntos: se iban a casa a montar el columpio y luego volvían. Aunque, por supuesto, no veían gran relación entre una cosa y otra es obvio que el rito había pervivido como tal".
Por eso, los momentos asociados al columpio son momentos de transición -Carnaval e inicio de primavera-. Y por eso, también, se censuran: "A partir de la Guerra Civil -apunta Ruiz- llega a prohibirse hacer columpios en esa época por considerarse rito carnavalesco".
La profesora de la UCA presentó ayer en Arcos, junto a José Manuel Fraile y Susana Weich-Shahak, el libro Al vaivén del columpio. Editado por el Servicio de Publicaciones de Diputación y la UCA, el estudio pretende acercarse al uso del columpio como elemento del cortejo amoroso, recopilando los últimos testimonios orales de quienes conocieron esta costumbre. Para la elaboración de este libro -que se acompaña de un CD con coplas y retahílas- se han realizado encuestas en Grazalema, Benamahoma, Villaluenga, Benaocaz y Arcos. El estudio cubre también referencias históricas y literarias; la tradición del columpio en zonas del norte y occidente peninsular y también entre las comunidades sefarditas de Marruecos (la matexa).
"El columpio fue siempre un rito adulto -explica María Jesús Ruiz-. Una fiesta de carácter galante, una ocasión en la que unos y otros entablaban relaciones y comenzaban el noviazgo".
Así, como elemento de cortejo, el columpio se mantuvo hasta la Guerra Civil y fue desapareciendo en las décadas posteriores. "Una desaparición -subraya la filóloga- que tiene que ver con el memoricidio general al que se sometieron muchas tradiciones durante la dictadura, algo que constituye uno de los grandes crímenes del Franquismo... Con el paso del tiempo, el rito se fue refugiando en el mundo infantil, que es donde ha pervivido más tiempo, con otros textos y coplas distintas".
En Andalucía, sin embargo, se siguieron haciendo columpios hasta mediados del XX. "Los había urbanos y campesinos -explica Ruiz-. La gente del pueblo los hacía en el campo, normalmente en primavera (la estación del amor). En las ciudades se montaban en calles y en patios. Palacio Valdés cuenta que era costumbre en Cádiz hacer columpios durante el Carnaval".
Carnaval y primavera aglutinan, de hecho, el repertorio de ritos asociados al mecerse. En ambas fechas, por distintos motivos, se produce una alteración del orden natural. "Y ambas rozan las fronteras de la Cuaresma -prosigue la estudiosa- . Algo que remite a la estacionalidad del año agrícola que alterna, también, periodos de espiritualidad y carnalidad, de barbecho y eclosión. Los columpios empezaban a mediados de enero, cuando termina la Navidad y comienza el prólogo del Carnaval, y duraban hasta el Miércoles de Ceniza, con el inicio de la Cuaresma. En Andalucía Oriental, los columpios se realizaban el Domingo de Resurrección, que marcaba el punto de nacimiento y liberación del anterior periodo de ayuno, prolongándose hasta la primavera y principios del verano".
Aunque columpio y cortejo no eran elementos únicos de Andalucía, en el sur permaneció muy vivo como rito de galanteo. "Y era muy parecido, idéntico, a la matexa sefardí, como explica Susana Weich. Conservan la misma ritualidad: la mujer se exhibe y se intercambia coplas con el amado", dice Ruiz.
El origen de toda esta simbología es, como suele suceder, incierto. Rodrigo Caro, un erudito del XVII, remonta el rito del columpio a la mitología griega, cuando Erígones se suicidó colgada de un árbol al morir su padre. Las doncellas atenienses, para buscar su cuerpo, decidieron columpiarse.
"En este sentido, el columpio constituye un antiguo rito de ascensión: se colocaba en Difuntos, para buscar a los muertos por el cielo -comenta Ruiz-. En Ubrique, hace 40 ó 50 años, las mujeres más ancianas recuerdan que hacían farolillos para el Día de Difuntos: se iban a casa a montar el columpio y luego volvían. Aunque, por supuesto, no veían gran relación entre una cosa y otra es obvio que el rito había pervivido como tal".