El diseño modela nuestro entorno. A lo largo de nuestra vida, los seres humanos nos relacionamos con una serie de objetos fundamentales para nuestro desarrollo y, aunque pudieran aparentar cierta neutralidad, ya desde su proyección encarnan características bajo las que subyace una determinada intención. Las formas, los colores, los materiales, las texturas... no son del todo inocentes. Como ha demostrado la investigación feminista a lo largo de las últimas décadas, a menudo esto responde a estereotipos de género. Es decir, cuando se diseña se tiene en mente una idea de mujer concreta que, por un lado, simplifica la diversidad existente y, por otro, contribuye a perpetuar la desigualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, del mismo modo que los objetos contribuyen a mantener estas relaciones, también pueden transformarlas. Para ello, el primer paso es tomar conciencia de esta realidad.