El sector del libro está en plena mutación. Revolución y cambio de paradigma es como define el momento actual este editor y crítico, observador diario y minucioso de la industria cultural, quien identifica y evalúa, en una conversación que publica la revista Unelibros, los primeros indicios de esta transformación.
P. Lo primero que queremos conocer es su diagnóstico sobre la salud del libro.
R. El sector está sufriendo las consecuencias de la crisis. Ahora bien, la salud del libro como vehículo y soporte fundamental de cultura y de ideas sigue siendo excelente. Entendiendo el libro en todos los soportes posibles. En estos momentos, se lee más que nunca en la Historia. El problema es que a lo mejor no se leen los libros que se deberían leer, si es que existe una norma de los libros que se deben leer. Se leen libros mediatizados, libros que vienen aventados por los medios y por la publicidad.
P. Buena salud, a pesar de la batalla que están librando Amazon, Google y Apple, y los grandes grupos editoriales.
R. Los grandes y pequeños editores tradicionales tienen un enemigo común que son estas grandes multinacionales, con poco pedigrí de editores y que, sin embargo, están condicionando el mercado.
P. ¿Qué define el nuevo modelo de negocio implantado por estas grandes corporaciones en torno al libro?
R. La ley de la máxima rentabilidad. En la época en que me estrené en la edición, al libro se le exigían rentabilidades posibles, es decir, los editores se daban con un canto en los dientes con ganar en torno a un tres o un cinco por ciento cada año. Esa rentabilidad se obtenía no libro a libro, como se pretende ahora por parte de las grandes multinacionales, sino con toda la producción editorial de un año. Había libros que vendían por encima de las previsiones y muchos con los que no se cubrían gastos. El propio Diderot decía en su "Carta sobre el comercio de libros" que, de cada diez obras publicadas, tres o cuatro podrían dar rentabilidad y con ellas se podrían financiar las siguientes. Cuando las grandes corporaciones mediáticas se hicieron cargo de las editoriales empezaron a exigirles la rentabilidad que conseguían con otros productos "el cine, los vídeos, ..." y para ello se primaron libros de un determinado tipo sobre otros que, a lo mejor, eran más interesantes desde el punto de vista cultural.
P. ¿Con qué peculiaridades encara la industria editorial española estos cambios?
R. Nuestra primera particularidad es la sobreproducción. Estamos entre los principales países productores de Europa y del mundo. Producimos en torno a noventa mil títulos al año. Una producción desmedida para un país como el nuestro. Eso es, como dicen los propios editores, síntoma de cierta vitalidad y de cierta bibliodiversidad. Sin duda. Lo que pasa es que este país no es un país culto y lector como Alemania, Francia o Gran Bretaña. Los hábitos de lectura nos acercan cada vez más a ellos, es verdad, pero las tiradas siguen siendo muy pequeñas. Una de las preguntas que siempre me he hecho es adónde van los libros que no se venden, qué se hace con ellos. Y, por otra parte, hay cierto minifundismo. Según la Agencia ISBN, 21 editoriales (el 0"6 por 100) son responsables del 20 por 100 de los libros que se publican. Y 1562 (el 47 por 100) son responsables del 3% de los títulos. Hay muchas pequeñas editoriales que publican entre uno y cinco libros al año.
P. ¿Le alarman estas cifras?
R. Me alarman si hablamos de distribución. Pero el hecho de que haya muchas pequeñas editoriales me parece sanísimo. Son los pequeños editores los que están demostrando mayor creatividad y mayor apertura.
P. Según el ISBN, en 2011 se crearon 583 nuevas editoriales, y 535 en 2012.
R. Tengo que confesar que como lector y como crítico cultural lo que más me interesa seguir en este momento es buena parte de la producción de las nuevas editoriales españolas. Esas editoriales que publican en torno a veinte libros al año, muchas de ellas enormemente exigentes