El compositor, director y empresario Pablo Sorozábal permanece en la memoria de entendidos y aficionados como uno de los más brillantes y carismáticos músicos teatrales de su generación. Formado entre la Belle Epoque donostiarra y la convulsa Alemania de entreguerras, la trayectoria de quien ya era firme promesa de la música vasca experimentó un giro vertiginoso a raíz del estreno de su opereta Katiuska (Barcelona, 1931), verdadero icono de la escena republicana.
A partir de ese momento, el autor volcó toda su energía en actualizar y dignificar una tradición lírica amenazada por la competencia de nuevas formas de ocio, aunque amada por sectores del público amplios y diversos. Su legado en este terreno compendia todas las formas y géneros dramáticos vigentes en su tiempo, del sainete a la ópera; y constituye, en la práctica, el último eslabón creativo del rico entramado artístico y comercial de la zarzuela hispana.
En una era de creciente hermetismo artístico, Sorozábal no dudó en desarrollar su ideal de “música humana” de forma ecléctica y heterodoxa, hasta reivindicarse como “un músico del pueblo”. Tres décadas después de su fallecimiento, el duradero éxito de estas propuestas certifica el talento, sabiduría e inspiración de su creación, y corrobora su interés como objeto musicológico.