La Colección 'Poetas canarios Contemporáneos' se compone de un conjunto de cinco obras y un volumen introductorio a cargo de Jorge Rodríguez Padrón, quien hace un repaso por la producción literaria de casi medio siglo, haciendo especial énfasis en la obra poética de los autores que forman parte de la colección: Eugenio Padorno "De un promontorio entre mareas", Lázaro Santana "Un libro blanco", Juan Jiménez "Traigo viento en los ojos" y Ángel Sánchez "Mayéutica del verso libro".
Memoria y lectura de (casi) medio siglo, de Jorge Rodríguez Padrón
Memoria y lectura de (casi) medio siglo trata de seguir el recorrido de los cincuenta años del grupo de poetas insulares reunidos en la antología de 1966, Poesía Canaria Última. Pero se pretende hacer más memoria que historia: ver cómo —al tiempo que ha ido evolucionando el pensamiento y la obra de estos poetas— ha ido madurando su manera de afrontar la escritura, explicando las razones de que así haya sido. Memoria en la cual el propio autor se incluye en una doble perspectiva, la de quien participa de dicha actividad y la de quien la observa desde fuera, como lector que vuelve sobre lo sucedido y sobre los libros que se han escrito.
Esta memoria y lectura consta de cinco capítulos que corresponden a los momentos de cambio —históricos y personales— que se han producido a lo largo de este medio siglo; y pretende explicar también los motivos de que así haya sido, precisamente en esos años que sirven de referencia.
De un promontorio entre mareas, de Eugenio Padorno
CRUEL que el hombre envejezca en la casa que un día levantó sin haber comprendido sus sombras;
voces que aquí mismo rompieron en el acantilado de la carne adentro,
instantes que a pleno Sol él ahora con torpeza traduce en la baranda
del libro cerrado de sus ojos sobre el Paseo nocturno.
Errarás tú, filólogo; o tú, el amigo de siempre, cuando afirmes que
conociste más que la mera noticia de sus versos; la obra escrita y no escrita, que pasa, por lectura o diálogo, de un solitario a otro solitario; y, aun, si precisaras, para colmar el desatino: de un aislado a otro aislado.
Porque dará lo mismo donde la realidad desmiente el viejo adagio de que muerto el hombre vivirá su nombre.
Di, quienquiera que seas, esto solo: acaso por él pasó el Misterio, y fue parte de él, sin conocerlo.
Un libro blanco, de Lázaro Santana
El territorio blanco del poema,
como los viejos mapas africanos
o de la Amazonía, necesita
una mente, primero, que advierta
por dónde arriesgarse,
y luego un cuerpo poderoso,
una mano, herramientas —lápiz, tinta azul
de bolígrafo— que exploren
la sospecha inicial, lo intuido
—el río, el monte, el pueblo—, el yacimiento
donde la lengua vuelva a sus orígenes
y encuentre las palabras necesarias
para tentar a la invisible
realidad de lo blanco.
Traigo viento en los ojos, de Juan Jiménez
Aparcero, llevas el sombrero gacho. No te mueras.
Llevas la mirada gacha.
Llevas todo el dolor
del tiempo en la mirada.
Y no es por el peso del sol por lo que cae
gota a gota así
tu vida.
Mayéutica del verso libre, de Ángel Sánchez
la mar
—herida de cuidado—
busca vendarse
de horizonte
y accede a desplomarse
en mi ventana
entregando el alma
en espumado azogue
un claro desafío lunar
destruye archivos sin
razón alguna
—la huella de mis pies
sobre la orilla—
arriba al fondo
arquea la barranca
cardones empenados
en calma
las lisas se adormecen
por savia diluida
al sereno de
la torsión lumbar
la luz de un ladrido
intermitente
inaugura la tierna
barbarie de tus besos
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