Esta obra estudia la relación entre mujeres y violencias durante la Dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República, una etapa en la que se dieron una serie de transformaciones políticas, sociales y culturales que nos permiten reflexionar sobre su impacto en el ejercicio de la violencia machista y también en la acción de las mujeres como perpetradoras de violencia tanto criminal como política.
P. ¿Cuáles fueron esas transformaciones?
R. La Segunda República desarrolló unas políticas de género que sancionaron la igualdad jurídica y política entre mujeres y hombres a través de algunas medidas como el matrimonio civil, el divorcio, la despenalización del adulterio, la igualdad entre la descendencia habida dentro o fuera del matrimonio, la no discriminación en cargos públicos por razón de sexo y el sufragio universal. En el plano sociocultural, se consolidaron los nuevos modelos de masculinidad y feminidad que habían surgido en la década anterior, que impulsaron nuevos modelos de relación entre los sexos y una nueva consideración social de las mujeres.
P. ¿De qué modo se manifestó esa influencia en la violencia machista?
R. Después de la investigación se puede concluir que las transformaciones en el plano político con respecto a los derechos de las mujeres no variaron en gran medida los móviles por los que se producían crímenes con motivación de género o con una base de violencia machista. Sin embargo, sí que se observa que en la Segunda República hay más casos en los que un hombre mata a una mujer con la que mantiene una relación sentimental después de que ésta haya interpuesto una demanda de divorcio o haya comunicado su deseo de hacerlo. En este sentido, pienso que las medidas impulsadas por el gobierno republicano proporcionaron a las mujeres nuevos mecanismos para avanzar en su libertad e independencia.
P. ¿Y en la violencia perpetrada por mujeres?
R. Los estereotipos de género jugaron un importante papel en la forma en la que se percibía y juzgaba la violencia ejercida por mujeres. Estos valores y la relación establecida tradicionalmente entre masculinidad y violencia hicieron que la violencia femenina fuera invisibilizada o negada sistemáticamente. En su lugar, se construyeron una serie de mitos y figuras sobre las mujeres criminales que permitían no comprometer la estabilidad del arquetipo pacífico de mujer. Estas representaciones se basaban en una visión de las mujeres violentas como “no mujeres” o mujeres desviadas, que habían sufrido una alteración de alguna de las funciones femeninas: estas mujeres cometían los crímenes por algún asunto relacionado con la maternidad, con una sexualidad desmedida o con alguna enfermedad mental. Sólo así se explicaba que una mujer cometiera algún tipo de violencia, ya que según estos discursos era un ser incapaz biológicamente de ejercerla.
P. En regímenes de mayor libertad como la Segunda República o nuestra democracia, la violencia de género ¿es más numerosa o simplemente es más visible?
R. No podemos afirmar con seguridad si la violencia de género se incrementa, en todas sus variables en regímenes de más libertad, ya que carecemos de datos cuantitativos para otras épocas que nos permitan hacer una comparación con respecto a regímenes no democráticos. Sin embargo, el hecho de que el móvil de muchas agresiones sexistas se base en la decisión de las mujeres a ejercer sus derechos – como el divorcio – hace pensar que sí existe una relación entre un sistema político con más libertades y el incremento de la violencia machista en su forma más brutal. Por ello, pienso que las acciones de violencia directa que tienen como objetivo la muerte de la víctima son más numerosas cuando las mujeres se rebelan contra las estructuras de dominación en un contexto más favorable a su autonomía, formación y movilización.
P. ¿Qué separa y que une el periodo actual del que usted ha estudiado en cuanto a la violencia de género?
R. En el periodo estudiado la violencia de género no existía como tal. No había una conceptualización de este tipo de violencia y por lo tanto, no se percibía como un problema social. La mayoría de casos de violencia de género se mantenía en un plano de invisibilidad, siendo sólo descubiertos los hechos más brutales. Esta circunstancia obedecía a que no existía una sensibilidad social que hiciera reconocer la violencia de género como un problema público que afectaba a toda la sociedad. En la actualidad, hemos avanzado mucho en ese sentido. Hay un reconocimiento público de este tipo de violencia y se han desarrollado medidas legislativas y políticas específicas para luchar contra ella. Sin embargo, aún nos queda mucho por hacer, ya que siguen perviviendo modelos culturales de género basados en concepciones tradicionales que lastran el avance de la igualdad.
P. Dice usted que la pervivencia de arquetipos (hombre violento-mujer pacífica / hombre activo-mujer pasiva) dificulta el estudio de la violencia de género ¿Por qué?
R. La pervivencia de estos arquetipos en nuestra cultura hace que sea muy difícil realizar un análisis matizado sobre la violencia, ya que presenta a las mujeres en los extremos, es decir, o como víctimas indefensas debido a su supuesto carácter dócil y sumiso o como ejecutoras implacables por su pretendida naturaleza pasional e irracional. Al mismo tiempo, define a los hombres como violentos por naturaleza. Estas visiones son lugares comunes que vacían de contenido las experiencias de mujeres y hombres, y los privan de capacidad de agencia como sujetos históricos.
P. Usted ha estudiado a fondo los distintos niveles desde los que se origina la violencia de género. En el momento actual, cuáles diría que son los que más están influyendo en este problema social, en nuestro país. ¿Y fuera de él, en los conflictos internacionales (desplazados, guerras, terrorismo…)?
R. Todos los niveles son importantes y se sustentan entre ellos. Sin embargo, en la base siempre encontramos los factores culturales. Las ideas compartidas por una comunidad con respecto a su sociedad, las imágenes culturales, son las estructuras más difíciles de transformar y más resistentes a los cambios. Los estereotipos de género perviven en nuestra cultura y esto hace que sigan perviviendo actos de violencia contra personas que no se adaptan a los modelos de género tradicionales. Por ello, tanto en nuestro país, como en los conflictos internacionales, las mujeres y los hombres que no se adaptan a las normas (homosexuales, transexuales, etc.) siguen siendo más vulnerables a este tipo de violencia.
P. No todos los expertos coinciden en cómo hay que denominar a la violencia de género. ¿Cuál es su opinión? ¿En qué medida la denominación contribuye a la solución del problema?
R. Es importante definir los conceptos con los que se explican los problemas. Si identificamos el término “género” con el término “mujeres” estamos diciendo que la violencia de género se reduce a la violencia contra las mujeres. Pero si entendemos el género como un concepto cultural que abarca distintos modelos de feminidad y masculinidad, el espectro que abarca la violencia de género se amplía y da cabida a todas las personas que sufren violencia por no seguir los modelos de género marcados por las normas sociales como correctos o aceptables. Por eso es importante definir y conceptualizar. Como decía la filósofa Celia Amorós, “conceptualizar es politizar”. Si no se conceptualiza bien un problema, no se puede crear conciencia social y política sobre él y, por lo tanto, es más difícil luchar contra él.
P. ¿La violencia tiene género?
R. Las mujeres son capaces de ejercer violencia igual que los hombres, y existen mujeres violentas de la misma manera que existen hombres violentos. La potencialidad para la violencia no viene determinada por el sexo, aunque los relatos culturales sobre el género nos induzcan a pensar que es así. Por lo tanto, podemos decir que la violencia no tiene sexo, pero sí tiene género, porque, aunque biológicamente no exista un sexo más violento que el otro, culturalmente se ha asociado la violencia con el género masculino.
PIE DE FOTO: El libro se presentó anoche en el espacio UNE de la Librería del BOE de Madrid. Intervinieron: la catedrática María Dolores Ramos, directora de la colección Atenea; Teresa Vera Balanza, subdirectora de la misma; Rosario Moreno-Torres Sánchez, directora de UMA Editorial; y la autora.