Afirman los coordinadores de este libro que vivimos en un mundo fragmentado y neonómada en el que todas las cosas -y la educación en lugar privilegiado- cambian con extrema rapidez. Así pues, a un colectivo como el de los profesionales de la Teoría y la Historia de la Educación compete analizar -una y otra vez- la naturaleza de la educación, que constituye una de las dimensiones esenciales del quehacer humano. En la década de 1970, las discusiones epistemológicas emplearon mucha tinta en el ámbito de la educación. A la tradicional Pedagogía implantada en España a comienzos del siglo XX bajo el signo de la filosofía, siguieron nuevos planteamientos y, junto a ellos, nuevas nomenclaturas. Gracias a la influencia del positivismo, del evolucionismo y del experimentalismo surgió una disciplina de nueva planta que respondía al epígrafe de «Ciencia de la Educación» y que deseaba fijar las bases de un conocimiento exacto y riguroso de la educación. Por esta vía, la vieja Pedagogía de ascendencia filosófica entraba en una crisis que desembocó en la sustitución del sintagma «Ciencia de la Educación» por el de «Ciencias de la Educación». Quedaba así confirmado que la justificación científica de la educación no podía reducirse a una única ciencia -primero la filosofía, base de la Pedagogía; más tarde, la biología, referente de la Ciencia de la Educación- sino que se había de acudir a un conjunto de disciplinas (Historia, Antropología, Psicología, Sociología, Economía, Derecho, etc.) que, en conjunto, daban vida a las Ciencias de la Educación.(Salto a sitio externo para ver el artículo completo)