
En primer lugar, en el ámbito laboral. La desregulación laboral, el consiguiente incremento del poder empresarial frente a la clase asalariada y la intensificación de la competencia han llevado a las empresas a reducir los costes laborales eliminando trabajo en los períodos de menor intensidad productiva. Este proceso se ha visto acentuado por el crecimiento del sector servicios, en el que se compite por la clientela ofreciendo horarios más amplios y mayor celeridad en la atención al cliente. En estas condiciones se han multiplicado las jornadas atípicas, los contratos precarios y a tiempo parcial, los horarios fragmentados, las horas extraordinarias, la flexibilización de la jornada: la exigencia a los asalariados de supeditar sus tiempos a las necesidades empresariales.
En segundo lugar, en las relaciones de género. Las mujeres abandonan cada vez menos el trabajo asalariado al emparejarse y tener hijos para dedicarse en exclusiva al trabajo reproductivo. Pero este es poco asumido por los varones, generándose las problemáticas de la “doble jornada” femenina y de la conciliación entre la vida familiar y la laboral.
La conjunción de ambas transformaciones acentúa la tensión entre las temporalidades laborales y las de las otras actividades sociales, multiplicando los conflictos en los ámbitos laboral y familiar en torno al tiempo.