Francisco Brines, Como si nada hubiera sucedido, Prólogo de Luis García Montero, Madrid, Fondo de Cultura Económica - Universidad de Alcalá (Biblioteca Premios Cervantes), 2021, 191 págs.
Los designios del jurado del premio Cervantes, han querido que dos poetas españoles, de la región mediterránea ambos, hayan obtenido consecutivamente el premio Miguel de Cervantes de las letras españolas: Joan Margarit en 2019 y Francisco Brines en 2020. En ello queremos ver una reivindicación explícita de la poesía que, de cierto, tiene menos lectores que la prosa, pero que seguramente superan a los de esta en fidelidad y entusiasmo. Como poetas, Margarit y Brines toman caminos divergentes. Joan Margarit ejerció su profesión de arquitecto y fue catedrático de Cálculo de Estructuras de la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona, y se acercó a la poesía con una actitud de verdadero humanista. Francisco Brines es uno de esos autores cuya vida es su obra, y viceversa. El Cervantes nos invita, pues, a unir dos poetas muy dispares, pero que, tomadas sus obras en conjunto, acaso aciertan a darnos una visión amplia, ya que no completa, de lo que ha sido la poesía española en la segunda mitad del s. XX.
Aunque suene manido, la patria del poeta ha marcado su biografía y recorrido poético. Habrá autores en los que el lugar de nacimiento sea poco determinantes en su poesía. El espacio mediterráneo, el levante, está omnipresente en los versos de Brines, y ello nos recuerda Gabriel Miró, autor de una prosa lírica en la que el paisaje es, muchas veces, protagonista. Brines nació en Oliva, cerca de Valencia en 1932. Como Dámaso Alonso conjugó las leyes y las letras, y estudió derecho en Deusto y Salamanca, y Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. Nunca ejerció el derecho, pues desde niño su vocación lo llevó a la lectura y escritura. Fue lector de español en la Universidad de Oxford, y conferenciante en numerosas universidades de Europa y América. Desde 2001 es académico de la RAE. Entre otros, obtuvo el Premio Nacional de las Letras Españolas (1999), el IV Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2007) y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010).
La entrada de Brines en el espacio poético del s. XX tuvo lugar en un ya lejano 1959, cuando recibió el premio Adonáis de Poesía 1959 por su obra Las brasas. Desde entonces, han salido de su pluma 29 poemarios, según reporta la página de su Fundación, varios de los cuales son antologías, alguna preparada por propio Brines[1]. Entre su producción, la crítica ha reconocido, sobre todo, Insistencias en Luzbel (1977), y sus dos últimos poemarios, El otoño de las rosas (1986) y La última costa (1995). Es autor de varios ensayos, entre ellos unos sobre Elca, la casa de su infancia, e incluso de una adaptación del Alcalde de Zalamea (1998).
Bajo el título Como si nada hubiera sucedido, la Editorial Universidad de Alcalá y el Fondo de Cultura Económica, de México, coeditan dos de los poemarios más reconocidos de Francisco Brines, El otoño de las rosas (1986), p. 15, y La última costa (1995), p. 117. Se añaden 6 poemas inéditos (p. 187). Es este un libro cuidado en forma y fondo. Cuenta con 191 páginas en papel ahuesado, lo que facilita la lectura. En tapa dura, y se presenta con camisa, faja y cinta para retener la lectura. La camisa, de diseño llamativo, muestra un collage de Jean-François Millet (“Pour toi que croyais tout avoir II”). Los collages se repiten en el interior, pero ahora debidos a Mariona Brines, conocida pintora y collagista, sobrina del poeta.
El título, Como si nada hubiera sucedido, es casi un epílogo de lo que ha sido su vida y su poesía, y está tomado del poema, inédito, que cierra el libro. Un epílogo, como se verá incompleto, que ha de leerse, como toda la poesía de Brines, desde las contradicciones y concordancias que la pueblan:
Como si nada hubiera sucedido.
Es ese mi resumen
y está en él mi epitafio.
Habla mi nada al vivo
y en él se asoma a un espejo
que no refleja a nadie.
Abre la edición un prólogo de Luis García Montero (p. 9), bajo el rótulo de “La conciencia del tiempo”), en el que plantea con lucidez los compromisos entre fuerzas contrapuestas en el ideario poético del autor: “En estos poemas, sin embargo, no se quiere afirmar que la vida es sueño para negarle entidad, sino que late el deseo de asumir una realidad de tensiones en las que conviven el vacío y la plenitud, el amor y la fugacidad, la belleza y las oscuridades”. (p. 9).
Los poemarios que integran esta edición de 2021 corresponden a dos momentos diferentes de la biografía de Francisco Brines, el del inicio del declive del vigor físico, en El otoño de las rosas (1986), y, con una vuelta de tuerca más, en La última costa (1995), presagio ya de las diferentes aproximaciones del remate y término de la existencia. De la primera de estas obras, entresacamos estos versos del poema “Los ocios ganados”: “Y en este día de septiembre lento / todo es ganado, salvo que he perdido / un día de mi vida para siempre” (p. 20).
La poesía de Brines está urdida con mimbres sencillos; lejos del despliegue de complejos recursos expresivos, se movilizan unos pocos, dentro de un tono narrativo que fluye con pocos altibajos, con ligeros cambios de tono, sin apenas colores retóricos, y en los que solo una variada adjetivación concitan un universo connotativo; al tresbolillo de páginas abiertas, nos salen al paso espejo roto, noche iluminada, misterio encendido o ceniza caliente. No es en una sintaxis compleja donde toma aliento la poesía de Brines. Su curso plano es adecuado al tono meditativo, reflexivo, que predomina en sus poemarios. Arma el poema el fuerte simbolismo de una pocas palabras, como luz, oscuridad, infancia, flores, cielo, lluvia, pájaros, palomas, pinos.
El tema briniano por excelencia es la contradicción radical entre la experiencia vivida y su irrecuperabilidad, tal como se expresa en “Homenaje y reproche a la vida”, donde se ve a sí mismo como niño: “Cómo me gustaría verte sentado ahí, / apoyado en el tronco de ese pino, muchacho [...] Sentirte tan cercano, y a mí ajeno. / Y que nunca supieras quién soy yo, / que no me adivinaras, / porque no conocieras, al saberlo, / la extrañeza y misterio del vivir” (p. 23).
La conclusión y balance que hace el propio Brines cierra el círculo de la equivalencia, y contradicción, entre vida y poesía: “¿Y a mí, quién podrá salvarme? / ¿Tus ojos, que ahora crean mi tarde inexistente? / Lector, esfuérzate, y enciéndela: / está donde un olor de rosas te llega del camino. / Si existo es porque existes. / Tú repites mi vida, y no la reconozco” (p. 172). El poeta lo es porque su poesía se replica en los lectores. Pero en estos, las palabras del poeta se asocian a nuevas experiencias que transcienden las del propio Brines. Esta es, pues, la utilidad de la poesía: más allá de las experiencias personales, la poesía nos permite entendernos un poco mejor a nosotros mismos.
[1] <https://www.fundacionfranciscobrines.org/bibliografia>.